Nada mejor que enfrentar la realidad.
Nada mejor que despedirse finalmente.
¿Recuerdas esa botella de vino que nunca terminamos?
Esperaba continuarla luego.
Pero ya me bebí el último sorbo. Ese fue el más difícil. Recordando tus labios que bebieron con alegría de esa misma botella. Recordando los últimos momentos.
No fue fácil hacerlo. Tuve que ir al fin del mundo. Escalar con tristeza cada paso. Temblar de frío, llegar a la cima de ese monte perdido que nunca pude mostrarte.
Esperé hasta el atardecer. Fueron esos últimos rayos de luz los que me acompañaron, la inmensidad del más hermoso paisaje, la piedra, el horizonte rojo.
Enterré todos mis recuerdos allí, en el fin del mundo. Allí, temblando de frío, me deshice de mi más caro sueño. Celebrando aquel extraño ritual renuncié a un sueño.
Renunciar a un sueño me devolvió la libertad. Nadie es más esclavo que aquel que no puede renunciar a un sueño. La vida continúa. ¿Y que es la vida sino la persecución de un sueño?
Nada mejor que continuar la vida.
Nada mejor que perseguir nuevos sueños. |